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¿Escribiste una obra pero la tienes guardada en un cajón porque no te atreves a hacer algo con ella?
De ser así, probablemente eres una persona tímida, sin embargo, tu trabajo merece la oportunidad de ser visto por otros. Escribirlo y esconderlo es lo mismo que no haberlo escrito. Un autor escribe para ser leído y, si ya has escrito algo, entonces eres un autor. Concédele su oportunidad a tu obra, te sorprenderá lo que ella hará por ti al cabo de algún tiempo.
¿Enviaste tu manuscrito a una o más editoriales pero no te contestaron, o te respondieron con una carta de machote diciendo que tu obra no se ajusta a su catálogo?
No te sorprendas. Las editoriales reciben grandes cantidades de manuscritos, algunas más de un millar al año, difícilmente revisarán el trabajo de un autor a quien no conozcan. Necesitarías la recomendación de alguien de la confianza del editor en turno para que te tomaran en cuenta, y aún así, tus probabilidades serían escasas, porque estarías compitiendo con autores a quienes la casa editorial ya ha probado y le han redituado. La industria editorial es un negocio antes que otra cosa y un autor nuevo es un riesgo alto. Saben que muchas veces publicar a un creador novel resulta en pérdidas. Quienes aceptan manuscritos no solicitados simplemente lo hacen para aparentar que sus autores han sido seleccionados entre muchos, lo que hace suponer al público lector que sus trabajos son de alta calidad, aun si muchas veces no lo son.
¿Mostraste tu obra a alguien de tu confianza y en vez de leerla se limitó a señalarte los errores?
Cuídate de tomar demasiado a pecho las críticas. Si bien, los comentarios de cualquier lector valen porque de cada uno se aprende algo, debes saber que no existen los manuscritos perfectos. Todo autor debe pasar por el proceso de corrección, aun los consagrados. La razón es simple: un autor no puede corregirse a sí mismo porque no lee su obra como lo hace el lector. El autor relee desde la memoria, y cuando la hace, su atención se enfoca en los conceptos, en el ritmo de la prosa, en proyectar a sus personajes y en muchas cosas más. Es común que salte la vista sobre un error tipográfico porque no esté realmente mirando las letras. También puede ocurrir que se encuentre temporalmente contagiado por modismos o redundancias que, a pesar de saber inapropiados, pase por alto por no estar pensando en ello. No temas a tus errores, son la norma en todo manuscrito. Para eso están los correctores.
¿Buscaste editorial pero los únicos dispuestos a publicarte te proponían coeditar pidiéndote una cantidad de dinero que te pareció excesiva?
La coedición es un convenio que favorece poco al autor. Por principio de cuentas, éste debe pagar una cantidad equivalente a comprar 500 o 600 ejemplares de su obra a precio de mayoreo, que le son entregados tiempo después, mientras el coeditor conserva otros 500 o 400 para comercializarlos por su cuenta sin pago de regalías. Además, es común que el coeditor se reserve el derecho, que no la obligación, de reimprimir hasta 100,000 ejemplares, por los que solamente cubrirá el pago de regalías correspondiente. Lo que sucede a final de cuentas es que el autor conserva una cantidad grande de ejemplares cuya venta le resulta improbable y el coeditor queda en posición de generar una ganancia alta sin haber tomado ningún riesgo en caso de que la obra sea aceptada por el gran público. Los esfuerzos del autor por promover su obra terminan beneficiando a un tercero y limitando la capacidad del autor de pactar con un nuevo editor aun cuando la obra haya funcionado en el mercado, porque el coeditor tendrá derecho de vender la obra paralelamente hasta agotar la cuota pactada en el contrato original.
¿Buscaste un agente literario pero solamente te respondieron los que pretendían cobrar por leer tu trabajo?
Hoy en día los agentes literarios reciben tantos manuscritos para evaluación como las grandes editoriales, lo que los ha llevado a comportarse de manera parecida. Por principio de cuentas, en Latinoamérica los agentes literarios resultan sumamente escasos, lo que obliga al autor de este lado del globo a buscar en otra parte, usualmente en España, donde hay más. El resultado suele ser el mismo que cuando se presenta un manuscrito para dictamen a una casa editorial: difícilmente responden, y cuando lo hacen, es para decir que su cuota de autores está cubierta por el momento. Ellos también buscan asegurar sus inversiones, ya que dictaminar y presentar los textos de sus representados a los editores conlleva un costo relativamente alto. La probabilidad de un autor novel de ser aceptado por un agente es escasa, lo que hoy en día ha dado pie a que gente poco escrupulosa cobre por evaluar manuscritos, y aun por promoverlos, en una aventura condenada al fracaso. Toda vez que el agente no lleva un riesgo y ya ha asegurado una ganancia, por pequeña que pueda ser, será poco lo que se esmere en encontrarle salida a la obra de su representado.
¿Enviaste tu obra a un concurso y jamás obtuviste respuesta?
El caso de los concursos es similar al de los manuscritos presentados a dictamen, aunque quizá resulte peor. Los grandes concursos que implican grandes premios obligan a que la obra ganadora se venda en grandes cantidades para resarcir el costo del certamen. Los grandes premios suelen estar amañados para garantizar que el ganador sea un autor ya con cierto reconocimiento. Los escándalos han abundado a lo largo de los años. Por otra parte, los concursos pequeños suelen ser de organización regional, por lo que los autores locales llevan ventaja. La participación bajo seudónimo las más de las veces es una mera simulación. Resultaría increíble que las plumas con cierto renombre fueran siempre reconocidas entre cientos de participantes, muchos de los cuales seguramente son excelentes autores. Participar en grandes concursos es desperdiciar tiempo y dinero, porque resulta costoso enviar dos o tres tantos impresos a doble espacio y los fallos usualmente demoran entre 4 y 6 meses, tiempo durante el cual el autor no puede disponer de su obra.
¿Dudas que tu trabajo sea suficientemente bueno?
El sentido crítico respecto a la propia creación es fundamental mientras se escribe, después se convierte en un estorbo. Una vez terminado el trabajo solamente el lector debe opinar, y la condición indispensable para que el lector opine es que la obra se encuentre a su alcance. Sorpréndete de escuchar comentarios que jamás imaginaste. Los lectores suelen descubrir ángulos de la obra que el autor jamás notó. Ser leído es permitir que los puntos de vista personales se contrapongan con los ajenos y que los ojos de otros enriquezcan el panorama personal. Ser leído es una aventura. ¡Vívela!